"MIS CAMARADAS DE CAMBRIGDE" de Yuri Modin.Ed. Planeta. 2.005




En el Olimpo del espionaje suelen habitar personajes de leyenda, pero ninguno como Harold Adrian Russell. (Kim) Philby alcanzó las alturas del mito hasta convertirse en paradigma del arte de la conspiración.

Philby, una de las personalidades más controvertidas y fascinantes de la alta sociedad británica, tuvo la osadía de saltar de los privilegiados claustros de Cambridge a las barricadas obreras de Viena, donde los socialistas combatían a las tropas de asalto de Hitler. El filósofo Richard Wollheim observó que la gran depresión del ´30, un gobierno laborista complaciente con el fascismo e indiferente ante millones de parados y famélicos, terminó avergonzando a los intelectuales de pertenecer a Inglaterra y a su clase.

Fue Arnold Deutch, el legendario agente "Otto", educado en el Círculo de Viena e instruido en Moscú, quien reclutó a Philby. Entre 1934 y 1937, "Otto" captó a otros 17 agentes británicos: Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt, John Cairncross, George Blake, entre otros.

Philby fue el "tercer hombre" del excelso grupo surgido de Cambridge. Se hizo corresponsal de guerra de The Times en el bando falangista, fue herido en Teruel por las fuerzas republicanas a las que realmente servía y terminó condecorado nada menos que por Francisco Franco.

Ya en el MI6, el servicio exterior británico, Philby —"Sönchen","Hijito", "Stanley" para el KGB— llegó a dirigir el departamento España y Portugal, donde se gestaba una formidable maraña de intrigas y desinformación. Cumplió diversas tareas de riesgo hasta llegar a conducir la mismísima contrainteligencia antisoviética. Puso en manos de Moscú todo lo que los británicos sabían sobre el servicio secreto alemán y anticipó información sobre los cohetes V1 y V2 que Adolph Hitler lanzaría de Calais a Dover. Como representante inglés en Washington transmitió a Moscú los planes de la futura CIA y el proyecto secreto de la bomba de uranio, así como el dato de que jamás sería arrojada sobre Alemania.

En "Mis cinco amigos de Cambridge" el encumbrado dirigente del KGB, Yuri Modin, reveló que la información de Philby permitió "demostrar" a José Stalin que Winston Churchill y las potencias occidentales descartaban abrir un segundo frente para que la URSS se debilitara, y que negociaban en secreto con Alemania, mientras el Ejército Rojo desarrollaba su gigantesca ofensiva hasta Berlín.

En 1951 Philby descubrió que la CIA había detectado a Maclean y armó su huida a Moscú. El cerco había empezado a cerrarse sobre los espías de Cambridge: Philby quedó expuesto y debió soportar largos años de sospechas e interrogatorios. En 1963 el KGB organizó su fuga desde Beirut a Moscú. Se había malogrado la posibilidad de que Philby alcanzara la jefatura suprema de los servicios secretos británicos.

Para Modin, la psicología de Philby fue un fenómeno sorprendente. "Todos lo amaban: la Sociedad anglo-germana, el entorno de Franco, el The Times, sus cuatro esposas y sus incontables amantes, sus colegas del MI6 y la CIA. Hasta en el ministerio de Propaganda de Goebbels lo elogiaban...". Philby, dice Modin, bien pudo haber trabajado "honestamente" para ambos bandos sin ser un agente doble, y con su encanto y su inteligencia, tal vez "se burlase del KGB y del MI6. No sorprendería que haya vivido su tercera vida. Después de todo, tenía un maravilloso sentido del humor".

En Philby: maestro de espías (1989), Philip Knightley cita a Sir Robert Mackenzie: "Philby no vendió los secretos de su país. Nunca recibió un peñique. Lo hizo por sus ideales". Knightley señala que Philby "nos obligó a examinar nuestra propia actitud hacia el patriotismo, la traición, las clases y las convicciones políticas (...) y a preguntarnos si en circunstancias adecuadas podríamos convertirnos en traidores. Su caso tiene más que ver con la traición a los intereses de una clase que con la traición al país. La fascinación por Philby —concluye— no reside en su acto de traición, sino en quién era él y por qué lo hizo."

Pero el propio Philby tuvo menos dudas: "Para traicionar —le dijo a Knightley— primero hay que pertenecer. Yo nunca pertenecí. He seguido la misma línea durante toda mi vida adulta. La lucha contra el fascismo y la lucha contra el imperialismo fueron una sola". Su único libro,"Mi guerra silenciosa", lleva una dedicatoria inequívoca: "A los camaradas que me enseñaron la forma de servir".

Una anécdota de su vida en Moscú da una idea de su personalidad. Philby llevó a un grupo de amigos a ver el ballet Bolshoi. Terminada la función, bajo la nieve y con 15 grados bajo cero, mientras trataban inútilmente de conseguir un taxi, una inglesa del grupo estalló: "¡Por Dios Kim. Eres un maldito general del KGB. Tienes derecho a un coche con chofer! ¿Por qué no lo usas alguna vez?".

A diferencia de cómo había vivido, Philby murió apaciblemente una madrugada de mayo de 1988. Moscú lo despidió como a un héroe y en Occidente la repercusión alcanzó niveles insospechados. Junto al féretro, entre otras condecoraciones, estaba la Orden de Lenin, a la que curiosamente valoraba como un título de caballero. En su lápida luce aún hoy una estrella dorada, acaso una alegoría: siempre se consideró un hombre afortunado. Tres años y medio después, aquel estado soviético al que había dedicado su vida, dejó de existir.

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